Un atisbo a la libertad
«Sobre un
futuro para Latinoamérica»
Por Nicole Mendoza González
Latinoamérica, aunque
esté constituida por tantos referentes étnicos, culturales, idiomáticos y, a
pesar de que sea una región que todavía es ampliamente estudiada por
investigadores de las diferentes ramas de las humanidades por no saber
delimitar sus fronteras, es vista como una unidad, tanto por los
latinoamericanos, como por el resto del mundo, así es percibida. Es esta idea
la que nos plantea el escritor Eduardo
Galeano en su obra Memorias del fuego: El
siglo del viento (iii), ya sea
por la temática en común que se vivió en todos los países latinos durante el
siglo xx o por el tipo de historia
que nos ha envuelto durante tanto tiempo y nos identifica.
Los
países que conforman Latinoamérica han estado enlazados por memorias en común,
sí, pero lo más entrañable es que también fueron unidos y representados en el
convulsionante siglo xx por hombres
que, si bien no fueron héroes como los que encontramos en los libros de ficción
y cometieron innegables errores, fueron personajes envueltos en la historia
como símbolos de las diferentes luchas que se extendieron a lo largo del
territorio latino durante esta época; soñadores y luchadores con costumbres
enraizadas a su cultura y a su utopía de liberar a su América de las garras de
los Estados Unidos o de dictadores que nunca respetaron a los pueblos. Líderes,
para muchos, para el pueblo, fueron estos hombres que en su momento, y como
pudieron, guiaron a Latinoamérica hacia un atisbo de luz y esperanza, pero ¿cómo
influyeron estos hombres? y ¿qué legado tenemos de sus luchas y sus muertes? Lo
más importante que podemos encontrar en la obra de este autor uruguayo es que «nunca pudieron amansarles el orgullo»;
fueron héroes campesinos y pensadores incalculables que atisbaron siempre hacia
el anhelo de un futuro libre para nuestra América Latina y apostaron sus vidas
a cambio de la libertad de su pueblo.
Eduardo
Galeano fue un escritor que consagró su vida a la lucha por recordarle al mundo
y a nosotros mismos la historia y las vivencias de la América unida por
costumbres, etnias y culturas que comparten sus memorias y los mismos anhelos
de libertad y paz. Durante toda su vida fundó y dirigió periódicos y revistas como
la conocida Crisis, la cual creó
luego de ser exiliado y perseguido por las dictaduras de Chile, Argentina y
Uruguay por haber escrito uno de sus libros más famosos Las venas abiertas de América Latina, el cual fue censurado en el
momento de su publicación. Una de las
frases más recordadas de Galeano es la que comentó en una entrevista en 2009
que dice: «No
sólo Estados Unidos, sino algunos países europeos han sembrado dictaduras por todo el mundo. Y se sienten como si fueran capaces de
enseñar lo que es democracia».
El siglo del viento, el tercer libro de una
trilogía escrita por Galeano, reúne las memorias de la América conquistada y
transformada por los españoles que llegaron al continente en el año 1492,
relatadas a través de cuentos en prosa y otros en prosa poética. Este libro relata
vivencias e historias que se dieron dentro de uno de los siglos más convulsos y
sangrientos para los países latinoamericanos. Narra aquí la serie de luchas,
derrotas y triunfos que se ahogan con el paso del tiempo en las memorias de los
habitantes de estas tierras indómitas, que hoy en día siguen luchando por salir
de las guerras y garras del olvido y la opresión.
Dentro
de estas luchas que fueron repitiéndose a lo largo del siglo xx encontramos a hombres, a campesinos
que lucharon a capa y espada por sus países. Que quizá hoy en día muchos hayan
sido olvidados, sean anónimos y hayan sido hasta cuestionados por sus actos de
anarquía, no deja que se pase del todo la página y olvidemos que muchos, sino
la mayoría, murieron; es decir, fueron asesinados, por los regímenes
dictatoriales que se dieron en Latinoamérica y en las intervenciones «para
mantener el orden» por los Estados Unidos.
Es
impensable no rememorar a hombres como Emiliano Zapata y no recordarlo como uno
de los héroes de la Revolución Mexicana. Hombre que lucho contra la dictadura
del general Victoriano Huerta. Nos cuenta en sus relatos Eduardo Galeano que
Zapata: «Nació jinete, arriero y domador.
Cabalga deslizándose, navegando a caballo las praderas, cuidadoso de no
importunar el hondo sueño de la tierra. Emiliano Zapata es hombre de silencios.
Él dice callando». Apoyado incondicionalmente por el campesinado, comenzó
su lucha contra la dictadura, tomo su ejército que cuenta el libro crecía al andar y comenzó la lucha. Es aquí donde nos podemos detener a
reflexionar sobre qué era la verdadera lucha y qué realmente era correcto o
incorrecto y si existió en este siglo algo dentro de estos límites. Porque, si
bien es cierto, hombres como Zapata, uno de los líderes militares y campesinos
más importantes de la revolución, mató en nombre de su libertad y guio a su
pueblo hacia el camino de la anarquía y la rebeldía, hoy en día muchos lo
consideran el estereotipo de hombre valiente mexicano y nos preguntaremos
algunos, en un siglo tan supuestamente civilizado y con tantos avances como el xxi, ¿dónde están los hombres anarquistas
de aquella época, ahora tan lejana, que aun cometiendo los errores que
cometieron, lograron vislumbrar un futuro más libre y menos triste para su
gente, dónde están ahora esos pensadores que no conocían de letras, pero sí de
gente, como dice uno de los relatos de la obra de Galeano?
Los
seudopensadores que se autodenominan cultos e intelectuales y eruditos, tacharían
a estos hombres como salvajes, lo mismo que hicieron los españoles
conquistadores con nuestros indios, sin darnos cuenta que se puede ser salvaje
por muchas razones, y que el poder no es sinónimo de civilización; la prueba
está en que estos hombres no escogieron esa vida, −y lo dice el querido y queredor del pueblo mexicano
Pancho Villa: «Para mí la guerra empezó
cuando nací»−.
El
siglo xx y sus opresiones llevaron
a Latinoamérica hacia un abismo y una confusión inevitables. Se preguntaba la
gente ¿qué sucede? Y su mayor error siempre habrá sido creerles a las personas
que estaban al mando −como pasó en el relato «El gobierno decide que la
realidad no existe» cuando Nicaragua se hundía en lava, pero el gobierno lo
negó−. De lo único que podríamos culpar a nuestra América Latina es de ser
demasiado crédula y muy ferviente en cuanto a su lealtad y a la ignorancia de
creer en ciertos dictámenes que nos imponían y aún imponen grupos de personas
que nunca han pertenecido a nuestras etnias, gente que ni siquiera ha entendido
bien nuestros idiomas, nuestras peregrinaciones y mitos, personas que
definitivamente nunca se han sentido conectadas ni identificadas con nuestras
costumbres y formas de ver la vida. Pero hombres como Zapata o como otro de los
grandes la revolución en México, Francisco Villa, con su indomable fervor y sus
arrebatos de utopía, le dieron al pueblo la esperanza que no le dieron los
cultos hombres de las tierras altas y del norte de América ni los «líderes»
como se hacían llamar aquello rufianes que no tuvieron respeto hacia sus tierras
y habitantes.
Pancho
Villa, como fue conocido por sus aleados, fue otro revolucionario que lucho
contra la dictadura mexicana y contra el gigante de siete leguas, como lo llamó
Martí. Lo increíble de todo esto es cómo hombres como Porfirio Díaz, otro
dictador mexicano, traicionaban sus raíces, como podemos leer lo que sucedió
con la huelga de la minas en 1908 «La
huelga, que perturba el orden, es un crimen. Quien la comete, comete crimen».
Con este acontecimiento, nuevamente, los Estado Unidos encuentra una
oportunidad, mediante la llamada de Díaz, para humillar al pueblo latino
(mexicano), pues según creían eran los indicados para poner orden en unas
tierras que no nunca les pertenecieron y de las cuales no son parte. Pero el
atisbo a la libertad vuelve a surgir cuando Villa invade Columbus. Y espeta
Galeano en su obra para que quede claro cómo se visualiza América Latina ante
estas humillaciones: «Llueve hacia
arriba. La gallina muerde al zorro y la liebre fusila al cazador»; por
primera vez soldados mexicanos invaden a Estados Unidos «Con la descuajaringada tropa que le queda, quinientos hombres de los
muchos miles que tenía, Pancho Villa atraviesa la frontera y gritando ¡Viva
México! asalta a balazos la ciudad de Columbus». Situación de la cual solo
quedan vagos recuerdos, ya que quizá no hizo mella en la historia esta pequeña
invasión, si nos deja un buen sabor de boca y se transforma en la alegoría, al
igual que los mártires del 64 en Panamá, de la idea de poder ser libres en
nuestras propias tierras, de poder izar banderas sin miedo a sentirnos
orgullosos de nosotros y nuestras raíces.
Estos campesinos que apoyaban a los
generales revolucionarios eran hombres de armas tomar, de los cuales hoy solo
tenemos recuerdos vagos y no sabemos qué sangre era aquella indómita que corría
por sus venas. Nadie, pareciera, se atrevería hoy en día a desafiar la opresión
en la que viven nuestros países latinos. Autocracias que se traducen en las
guerrillas que se han convertido en una lucha eterna por acabarnos entre
nosotros mismos o las peleas que no cesan a nivel interno en nuestros países.
La confusión de los estados y de estos hombres se ha traducido en la guerrilla
que se vive en Colombia y parte de Panamá, en las dictaduras que aún viven
países de América Central, en el hambre que todavía viven nuestros campesinos, en
las tierras que aún no son devueltas a su estado original y en las mentiras que
aún nos cuentan como si no fuera suficiente con saber que los gobiernos dictan
que los indios no existen y que parecemos libres, pero quizá no lo somos. Todo
esto se desborda de las manos, principalmente, en este siglo xxi, en esa barrera y rechazo que existe hacia nuestra propia
cultura, hacia nuestro color y nuestras costumbres y el acercamiento que se
siente a la ignorancia y la pérdida de nuestra esencia latina y al inicio del
extravío de la esperanza. Por todo lo
antes expuesto, no olvidemos a nuestros queridos intelectuales
latinoamericanos, hombres cultos, ni a nuestros campesinos, de raza india,
mulata, mestiza, negra… pero sobre todo, hombres con ideales de libertad y un
futuro quizá utópico, aunque real en sus sueños, de una América Latina en paz.
Otro
ejemplo clave para no olvidar son Julio Antonio Mella y José Martí, poetas y
pensadores cubanos que lucharon contra la opresión estadounidense y la
dictadura cubana; uno fue asesinado en México DF y otro murió luchando. De
igual forma, podríamos seguir nombrando a mártires y recordar muchos otros que
fueron desaparecidos y hasta olvidados en su momento, pero hoy dejan una atisbo
hondo en el pecho de que, ya sea con armas o con palabras, podemos luchar
contra los regímenes opresores, que nos hacen creer salvajes o ignorantes y nos
confunden las raíces a algunos. Regímenes que nunca entenderán que ser latinos
es más un privilegio que un problema como siempre han querido hacernos ver.
Hombres como estos, como Hugo Spadadora, como Guillermo
Sánchez Borbón, o los mártires del 9 de enero del 64, que lucharon siendo
anarquistas y lucharon con las letras, siempre nos dejan la esperanza de que la
etnia negra, la etnia india y todas las demás que corren por nuestras venas las
llevamos bien puestas nosotros los latinoamericanos y no nos dejan olvidar
nuestro derecho a la libertad, a ser libres y obrar y vivir bien. Gracias a
estos hombres, los que murieron y lucharon y fueron marginados, por vivir y
morir en nombre de nuestra América, nos han dejado la esperanza para no olvidar
nuestro lugar en el mundo y los comienzos hacia un nuevo inicio.
Por Xul Solar (pintor y escritor argentino 1887-1963)