1 de marzo de 2016

Un atisbo a la libertad

Un atisbo a la libertad
«Sobre un futuro para Latinoamérica»

Por Nicole Mendoza González


               Latinoamérica, aunque esté constituida por tantos referentes étnicos, culturales, idiomáticos y, a pesar de que sea una región que todavía es ampliamente estudiada por investigadores de las diferentes ramas de las humanidades por no saber delimitar sus fronteras, es vista como una unidad, tanto por los latinoamericanos, como por el resto del mundo, así es percibida. Es esta idea la que nos plantea el escritor  Eduardo Galeano en su obra Memorias del fuego: El siglo del viento (iii), ya sea por la temática en común que se vivió en todos los países latinos durante el siglo xx o por el tipo de historia que nos ha envuelto durante tanto tiempo y nos identifica.

            Los países que conforman Latinoamérica han estado enlazados por memorias en común, sí, pero lo más entrañable es que también fueron unidos y representados en el convulsionante siglo xx por hombres que, si bien no fueron héroes como los que encontramos en los libros de ficción y cometieron innegables errores, fueron personajes envueltos en la historia como símbolos de las diferentes luchas que se extendieron a lo largo del territorio latino durante esta época; soñadores y luchadores con costumbres enraizadas a su cultura y a su utopía de liberar a su América de las garras de los Estados Unidos o de dictadores que nunca respetaron a los pueblos. Líderes, para muchos, para el pueblo, fueron estos hombres que en su momento, y como pudieron, guiaron a Latinoamérica hacia un atisbo de luz y esperanza, pero ¿cómo influyeron estos hombres? y ¿qué legado tenemos de sus luchas y sus muertes? Lo más importante que podemos encontrar en la obra de este autor uruguayo es que «nunca pudieron amansarles el orgullo»; fueron héroes campesinos y pensadores incalculables que atisbaron siempre hacia el anhelo de un futuro libre para nuestra América Latina y apostaron sus vidas a cambio de la libertad de su pueblo.

            Eduardo Galeano fue un escritor que consagró su vida a la lucha por recordarle al mundo y a nosotros mismos la historia y las vivencias de la América unida por costumbres, etnias y culturas que comparten sus memorias y los mismos anhelos de libertad y paz. Durante toda su vida fundó y dirigió periódicos y revistas como la conocida Crisis, la cual creó luego de ser exiliado y perseguido por las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay por haber escrito uno de sus libros más famosos Las venas abiertas de América Latina, el cual fue censurado en el momento de su publicación. Una de las frases más recordadas de Galeano es la que comentó en una entrevista en 2009 que dice: «No sólo Estados Unidos, sino algunos países europeos han sembrado dictaduras por todo el mundo. Y se sienten como si fueran capaces de enseñar lo que es democracia».

            El siglo del viento, el tercer libro de una trilogía escrita por Galeano, reúne las memorias de la América conquistada y transformada por los españoles que llegaron al continente en el año 1492, relatadas a través de cuentos en prosa y otros en prosa poética. Este libro relata vivencias e historias que se dieron dentro de uno de los siglos más convulsos y sangrientos para los países latinoamericanos. Narra aquí la serie de luchas, derrotas y triunfos que se ahogan con el paso del tiempo en las memorias de los habitantes de estas tierras indómitas, que hoy en día siguen luchando por salir de las guerras y garras del olvido y la opresión.

            Dentro de estas luchas que fueron repitiéndose a lo largo del siglo xx encontramos a hombres, a campesinos que lucharon a capa y espada por sus países. Que quizá hoy en día muchos hayan sido olvidados, sean anónimos y hayan sido hasta cuestionados por sus actos de anarquía, no deja que se pase del todo la página y olvidemos que muchos, sino la mayoría, murieron; es decir, fueron asesinados, por los regímenes dictatoriales que se dieron en Latinoamérica y en las intervenciones «para mantener el orden» por los Estados Unidos.

            Es impensable no rememorar a hombres como Emiliano Zapata y no recordarlo como uno de los héroes de la Revolución Mexicana. Hombre que lucho contra la dictadura del general Victoriano Huerta. Nos cuenta en sus relatos Eduardo Galeano que Zapata: «Nació jinete, arriero y domador. Cabalga deslizándose, navegando a caballo las praderas, cuidadoso de no importunar el hondo sueño de la tierra. Emiliano Zapata es hombre de silencios. Él dice callando». Apoyado incondicionalmente por el campesinado, comenzó su lucha contra la dictadura, tomo su ejército que cuenta el libro crecía al andar y comenzó la lucha. Es aquí donde nos podemos detener a reflexionar sobre qué era la verdadera lucha y qué realmente era correcto o incorrecto y si existió en este siglo algo dentro de estos límites. Porque, si bien es cierto, hombres como Zapata, uno de los líderes militares y campesinos más importantes de la revolución, mató en nombre de su libertad y guio a su pueblo hacia el camino de la anarquía y la rebeldía, hoy en día muchos lo consideran el estereotipo de hombre valiente mexicano y nos preguntaremos algunos, en un siglo tan supuestamente civilizado y con tantos avances como el xxi, ¿dónde están los hombres anarquistas de aquella época, ahora tan lejana, que aun cometiendo los errores que cometieron, lograron vislumbrar un futuro más libre y menos triste para su gente, dónde están ahora esos pensadores que no conocían de letras, pero sí de gente, como dice uno de los relatos de la obra de Galeano?

            Los seudopensadores que se autodenominan cultos e intelectuales y eruditos, tacharían a estos hombres como salvajes, lo mismo que hicieron los españoles conquistadores con nuestros indios, sin darnos cuenta que se puede ser salvaje por muchas razones, y que el poder no es sinónimo de civilización; la prueba está en que estos hombres no escogieron esa vida, −y lo dice el querido y queredor del pueblo mexicano Pancho Villa: «Para mí la guerra empezó cuando nací»−.

            El siglo xx y sus opresiones llevaron a Latinoamérica hacia un abismo y una confusión inevitables. Se preguntaba la gente ¿qué sucede? Y su mayor error siempre habrá sido creerles a las personas que estaban al mando −como pasó en el relato «El gobierno decide que la realidad no existe» cuando Nicaragua se hundía en lava, pero el gobierno lo negó−. De lo único que podríamos culpar a nuestra América Latina es de ser demasiado crédula y muy ferviente en cuanto a su lealtad y a la ignorancia de creer en ciertos dictámenes que nos imponían y aún imponen grupos de personas que nunca han pertenecido a nuestras etnias, gente que ni siquiera ha entendido bien nuestros idiomas, nuestras peregrinaciones y mitos, personas que definitivamente nunca se han sentido conectadas ni identificadas con nuestras costumbres y formas de ver la vida. Pero hombres como Zapata o como otro de los grandes la revolución en México, Francisco Villa, con su indomable fervor y sus arrebatos de utopía, le dieron al pueblo la esperanza que no le dieron los cultos hombres de las tierras altas y del norte de América ni los «líderes» como se hacían llamar aquello rufianes que no tuvieron respeto hacia sus tierras y habitantes.

            Pancho Villa, como fue conocido por sus aleados, fue otro revolucionario que lucho contra la dictadura mexicana y contra el gigante de siete leguas, como lo llamó Martí. Lo increíble de todo esto es cómo hombres como Porfirio Díaz, otro dictador mexicano, traicionaban sus raíces, como podemos leer lo que sucedió con la huelga de la minas en 1908 «La huelga, que perturba el orden, es un crimen. Quien la comete, comete crimen». Con este acontecimiento, nuevamente, los Estado Unidos encuentra una oportunidad, mediante la llamada de Díaz, para humillar al pueblo latino (mexicano), pues según creían eran los indicados para poner orden en unas tierras que no nunca les pertenecieron y de las cuales no son parte. Pero el atisbo a la libertad vuelve a surgir cuando Villa invade Columbus. Y espeta Galeano en su obra para que quede claro cómo se visualiza América Latina ante estas humillaciones: «Llueve hacia arriba. La gallina muerde al zorro y la liebre fusila al cazador»; por primera vez soldados mexicanos invaden a Estados Unidos «Con la descuajaringada tropa que le queda, quinientos hombres de los muchos miles que tenía, Pancho Villa atraviesa la frontera y gritando ¡Viva México! asalta a balazos la ciudad de Columbus». Situación de la cual solo quedan vagos recuerdos, ya que quizá no hizo mella en la historia esta pequeña invasión, si nos deja un buen sabor de boca y se transforma en la alegoría, al igual que los mártires del 64 en Panamá, de la idea de poder ser libres en nuestras propias tierras, de poder izar banderas sin miedo a sentirnos orgullosos de nosotros y nuestras raíces.

            Estos campesinos que apoyaban a los generales revolucionarios eran hombres de armas tomar, de los cuales hoy solo tenemos recuerdos vagos y no sabemos qué sangre era aquella indómita que corría por sus venas. Nadie, pareciera, se atrevería hoy en día a desafiar la opresión en la que viven nuestros países latinos. Autocracias que se traducen en las guerrillas que se han convertido en una lucha eterna por acabarnos entre nosotros mismos o las peleas que no cesan a nivel interno en nuestros países. La confusión de los estados y de estos hombres se ha traducido en la guerrilla que se vive en Colombia y parte de Panamá, en las dictaduras que aún viven países de América Central, en el hambre que todavía viven nuestros campesinos, en las tierras que aún no son devueltas a su estado original y en las mentiras que aún nos cuentan como si no fuera suficiente con saber que los gobiernos dictan que los indios no existen y que parecemos libres, pero quizá no lo somos. Todo esto se desborda de las manos, principalmente, en este siglo xxi, en esa barrera y rechazo que existe hacia nuestra propia cultura, hacia nuestro color y nuestras costumbres y el acercamiento que se siente a la ignorancia y la pérdida de nuestra esencia latina y al inicio del extravío de la esperanza. Por todo lo antes expuesto, no olvidemos a nuestros queridos intelectuales latinoamericanos, hombres cultos, ni a nuestros campesinos, de raza india, mulata, mestiza, negra… pero sobre todo, hombres con ideales de libertad y un futuro quizá utópico, aunque real en sus sueños, de una América Latina en paz.


            Otro ejemplo clave para no olvidar son Julio Antonio Mella y José Martí, poetas y pensadores cubanos que lucharon contra la opresión estadounidense y la dictadura cubana; uno fue asesinado en México DF y otro murió luchando. De igual forma, podríamos seguir nombrando a mártires y recordar muchos otros que fueron desaparecidos y hasta olvidados en su momento, pero hoy dejan una atisbo hondo en el pecho de que, ya sea con armas o con palabras, podemos luchar contra los regímenes opresores, que nos hacen creer salvajes o ignorantes y nos confunden las raíces a algunos. Regímenes que nunca entenderán que ser latinos es más un privilegio que un problema como siempre han querido hacernos ver. Hombres como estos, como Hugo Spadadora, como Guillermo Sánchez Borbón, o los mártires del 9 de enero del 64, que lucharon siendo anarquistas y lucharon con las letras, siempre nos dejan la esperanza de que la etnia negra, la etnia india y todas las demás que corren por nuestras venas las llevamos bien puestas nosotros los latinoamericanos y no nos dejan olvidar nuestro derecho a la libertad, a ser libres y obrar y vivir bien. Gracias a estos hombres, los que murieron y lucharon y fueron marginados, por vivir y morir en nombre de nuestra América, nos han dejado la esperanza para no olvidar nuestro lugar en el mundo y los comienzos hacia un nuevo inicio.
Por Xul Solar (pintor y escritor argentino 1887-1963)